Tengo un recuerdo en mi memoria…

El tiempo se ha detenido.

Un sofá antiguo, pero cómodo.

Un salón que no es el mío.

Dos cuadros viejos en la pared.

Una ventana y a lo lejos un prado y dos vacas que pastan a lo largo de toda la mañana.

Mis agujas de madera golpean entre sí.

Y van deslizando un hilo de color anaranjado, con pequeñas puntitas en tonos verdes y morados.

Ya llevo varios días sentada en ese sofá que no es el mío.

En esa habitación que me resulta extraña.

Sin embargo, a pesar de mi dolor, me siento tranquila y estoy disfrutando.

Tejer me ayuda a olvidar.

Me permite distraerme.

Logra que las largas horas se hagan más cortas.

El tiempo se ha detenido y sin embargo parece que vuela.

¿Como habría sido esa semana de mi recuerdo si no hubiera tenido mis agujas?

¿Sin la posibilidad de haber transitado por esas largas horas de soledad en compañía de mi tejido?

Seguramente muy distinta.

Pero el tejido me dio paz como un gran ansiolítico.

Me rebajó el dolor como un buen calmante.

Y los días fueron pasando despacio, pero en una bonita compañía conmigo misma y mis agujas.

Ahí fuera el mundo continuó corriendo, rápido, ruidoso y estresado.

Dentro de aquel salón se detuvo.

El golpeteo de mis agujas de madera rompía levemente el silencio, creando una cadencia musical que se repetía al ritmo de un compás.

Un golpeteo casi hipnótico, que me llevaba a un estado de calma y meditativo.

Estas fueron mis sensaciones mientras tejía el chal Amanecer.

Un chal que tú también puedes tejer y disfrutar de esta misma calma y del ritmo hipnótico de tus agujas golpeando entre sí, mientras deslizas la hebra.